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OPINIÓN

14 de octubre de 2023

Niños Inmolados

“Tiernas y silenciosas víctimas de la injusticia social, del abandono y de los abusos del poder. El pueblo de Formosa 16/10/89. Día de su holocausto”, reza la placa alusiva a la horrible muerte de ocho niños en la Comisaria del Menor.

Al cumplirse un nuevo aniversario de la mayor violación a los derechos humanos ocurridos en la Argentina en tiempos de gobiernos democráticos, simplemente quiero recordar una vez más el ejemplo de dignidad de los niños que en condiciones inhumanas de detención, sometidos a todo tipo de tormentos y en estado de inanición, decidieron una siesta despreciar la comida que nunca llegaba para luchar por la libertad perdida por el delito de ser pobres, y desesperados por llamar la atención de las autoridades prendieron fuego a los colchones y A sus vidas hasta perderlas en 500 grados de temperatura dentro de la celda donde estaban hacinados.

Que paradigma la de estos ocho chicos, comenzando por el indiecito Dañacón de apenas 10 años de edad, que fue el primero en morir como siguiendo el destino de su raza, luchando por su libertad perder la vida.        Existen dos derechos humanos considerados universalmente irrenunciables: el derecho a la vida y el derecho a la libertad.

 

Los niños no se resignaban a estar recluidos y martirizados, y las autoridades sabían que todos los años al acercarse el “Día de la Madre”, a los menores abandonados de todo cariño y protección, se le agudizaban sus deseos de estar con sus madres, quedando ese 16 de octubre de 1989 en manos de un policía pirómano que cumplía allí la sanción que le fuera aplicada por intentar quemar una subcomisaria en estado de ebriedad.

 

Ante tantas iniquidades y miseria moral de las autoridades responsables, y sus cómplices, se levanta majestuoso el ejemplo de los niños inmolados, quienes, no obstante estar hambreados, decidieron no esperar la comida y luchar por su libertad hasta perder la vida. Que lección monumental para aquellos que por seguir comiendo del plato de la concupiscencia servido por el poder, renuncian a la libertad y sobreviven en la indigencia moral.

 

Y sólo es digno de libertad el que sabe conquistarla cada día como lo intentaron los niños de la Comisaría del Menor dejando la vida al querer recuperarla. Por ello destaco el valor de la libertad y para aquellos que fueron, y son, víctimas de los “abusos del poder y de la injusticia social”, a modo de homenaje y reivindicación, recuerdo los versos que dicen:

 

“Por el pájaro enjaulado, / por el pez en la pecera, /por mi amigo que está preso/ porque ha dicho lo que piensa. /Por las flores arrancados, / por la hierba pisoteada, / por los árboles talados, / por los cuerpos torturados: yo te nombro, LIBERTAD. Por los dientes apretados, por la rabia contenida, / por el nudo en la garganta, / por las bocas que no cantan; /por el beso clandestino, / por el verso censurado, / por el joven esquilado, / por los nombres prohibidos: / yo te nombro, LIBERTAD. Por la idea perseguida, / por los golpes recibidos, / por aquel que no resiste, / por aquellos que se esconden, / por el miedo que te tienen, / por tus pasos que vigilan, / por la forma en que te atacan, / por los hijos que te matan: / yo te nombro, LIBERTAD.

 

Por las tierras invadidas, / por los pueblos conquistados, / por la gente sometida, / por los hombres explotados, / por los muertos en la hoguera, / por el justo ajusticiado, / por los fuegos apagados: / yo te nombro, LIBERTAD”. Los niños decidieron bordar en la bandera de la libertad el amor más grande de sus tiernas vidas.

 

Para los magistrados que consagraron la impunidad de las autoridades responsables de tamaña tragedia, mi recuerdo de la parte de la canción de Fito Páez en memoria del menor Walter Bulacio, víctima de la violencia policial; “Jueces del anochecer, polizontes del horror. Usted quiere a su mujer, yo quiero una explicación”.

 

El ejemplo de los niños de la calle inmolados en la Comisaria del Menor, nos debería convocar y comprometer a elegir la libertad y la esperanza, con sus peligros y su intemperie, al decir de Eduardo Galeano.

 

 

 

Por Pedro A. Velazquez Ibarra



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